Como si esto fuera poco, nuestra sociedad está viviendo lo que algunos ven como apenas el comienzo de la era digital. El hombre se encuentra inmerso en una inmensa actividad consumidora que promueve la idea de bienes y servicios consumibles. "Consumir es la nueva alegría masiva."
Antes, los objetos eran creados para cumplir una función, para satisfacer una necesidad pre-existente. Ahora, el objeto es anterior a la función y, al mejor estilo kitsch, se crea luego una necesidad ficticia que se presenta a nosotros como verídica y como si fuese una necesidad básica, tan importante como el oxígeno. El objeto empieza a hablar por nosotros, y DE nosotros. Dice quiénes somos, cuál es nuestro poder adquisitivo, nuestros gustos, deseos y tendencias, nuestro estilo. Parecería ser que el objeto configura una imagen.
Pero dejando a un lado todas estas observaciones marketineras, y volviendo al paradigma de consumo, nos encontramos con un panorama muy particular: los objetos "innecesarios" son creados y luego se nos vuelven necesarios, aceitando así la maquinaria de la producción y consumo. Compramos nuevos artilugios porque poseen la nueva versión 40.8G Extreme que, a diferencia de la 40.7G Extreme, esta viene en color negro con un detalle en plateado, y WOOOOWWWW que innovación! Queremos YA la nueva versión.
No importa que la vieja funcione, sólo queremos la nueva.
Así, empezamos a apilar en un cajón cargadores, carcasas, baterías, teclados, mouses, etc. etc. etc. Un sin fin de aparatos, perfectamente funcionales, pero obsoletos, y altamente contaminantes.
He aquí una nueva disyuntiva: ¿tirar o no tirar? Esa es la cuestión.
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